De cuando me quejaba porque nadie me
invitaba a salir, y luego esto…
Como saben, parte de mi trabajo incluye
entrevistar personalidades de la industria de la moda, la belleza y el estilo
de vida. Hace unos días entrevisté a “alguien” con quien terminé teniendo una
de esas #CitasDeMiedo y sin siquiera yo saber que se trataba de una cita.
Después de la entrevista (obviamente no
les diré quién era, ni de qué marca ni para qué revista, ¡imagínense!) el cuate
en cuestión, que visitaba la Ciudad de México por primera vez, me pidió le
recomendara un lugar para visitar esa tarde que tenía libre. A lo que yo
contesté: “¡Qué casualidad! Yo tengo un blog en donde recomiendo lugares de la
Ciudad de México.” Entonces él me dijo: “¿Y estás libre esta tarde? ¿Por qué no
hacemos algo y me muestras la ciudad?”
Una amiga mía asegura que todo hombre que
invita a una chica a salir es porque quiere con ella. Yo creo que no es así
necesariamente; y tan creo que no, que quedé de verme con mi entrevistado ese
mismo día a las 7 pm en su hotel de la Condesa. De verdad creo que es mi deber
moral enseñarle a los turistas las maravillas que ofrece la Ciudad de México,
así que con mucho gusto planeé una tarde con él en donde le mostraría lugares
icónicos y lo invitaría a probar comida típica mexicana. Lo que ocurriría
después no lo imaginé, después de todo nuestra relación era de trabajo y creo
que yo nunca le di pie a que pasara lo que sucedió.
En fin, estacioné mi coche y caminé al
hotel en donde él se hospedó. De allí, lo llevé a una antojería para probar
antojitos típicos mexicanos en un ambiente muy “condechi”. Él se mostraba
abierto a conocer las tradiciones mexicanas y me aseguró que era un aventurero,
así que le sugerí pidiera un mezcal. Pues bien, al calor de los mezcales y
mientras platicábamos de su trabajo y el mío, salió con un discurso algo así:
“Yo soy una persona aventurera. Me gusta
tomar riesgos porque sólo se vive una vez. Así que te lo voy a decir: desde que
estaba haciendo mi presentación me fijé en ti entre toda la prensa; tus ojos me
atrajeron y por eso me arriesgué a pedirte que nos viéramos esta tarde. Después
de lo que te voy a decir, te puedes ir si gustas, pero quiero que sepas que
obviamente espero que pase algo entre nosotros esta noche.”
Say
what?! Con todo el aplomo del que fui capaz le
respondí: “No me voy a ir porque quedé de enseñarte la ciudad; pero obviamente
no va a pasar nada entre nosotros.” Cabe aclarar que el cuate en cuestión me
dobla la edad, además que nuestro encuentro se reducía a “Relaciones Públicas”,
a dejar bien a mi blog, a mi revista y a mis jefes; así que en vez de irme,
pedí la cuenta y lo llevé a probar los famosos tacos al pastor de la Ciudad de
México. Claro, yo me encontraba algo incómoda y, encima de todo, después de cenar él quería ir a conocer el Centro Histórico y tenía
toda la actitud para experimentar la vida nocturna de la Ciudad de México; entonces sí fue momento de decirle: “Tengo que levantarme temprano mañana.” Y
huí de la escena, no sin antes haber dejado en su estómago parisino un karma gastronómico de dos
mezcales, una michelada y cuatro tacos al pastor.
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